José María "Chema" Maestre Álvarez, el poeta patillalero inmortalizado en los versos de José Hernández Maestre, murió el 31 de Diciembre del 2012, en horas de la mañana, luego de dos días de permanencia en la unidad de cuidados intensivos de la Clínica Cesar, donde fue llevado a causa de una neumonía.
Chema Maestre, como fue conocido por propios y extraños, había nacido el 9 de agosto de 1918 en la población de Patillal, en el municipio de Valledupar, siendo el menor de los seis hijos del hogar de José María Maestre Maestre y Carmela Álvarez de Maestre. Fueron sus hermanos: José Manuel, Victoria, Carmen Sofía, Leticia y Ana Dolores.
Bernardo Araujo fue su primer educador en la escuela pública que aun existe en Patillal. Del bachillerato sólo logró hacer el primer año pues el Colegio San Francisco, fundado allí por el profesor Nicomedes Daza López, cerró sus puertas en el año de 1934 al no encontrar suficientes alumnos con quienes funcionar. Solo cinco alumnos tuvo ese curso: Chema Maestre, Carlos Pérez, José Manuel Daza, Lucas Daza y Rafael Eduardo Daza.
La vena poética afloró en Chema Maestre desde su infancia, cuando en las clausuras de fin de año de la escuela declamaba las poesías de Julio Flores que sus maestras le encargaban y que él, con gran facilidad, aprendía. También a esa edad comenzó a escribir y no lo dejó de hacer sino hasta cuando la enfermedad del olvido se apoderó irremediablemente de su mente hace pocos años. Chema vivió una feliz, grata y ejemplar existencia. Él escribía sus poemas inspirado por sus propias vivencias, los hechos que lo afectaban o le daban alegría.
A la edad de veinte años contrajo matrimonio con Francisca Martínez, en cuyo hogar nacieron sus hijos: Miriam, Armando, Carmen Cecilia y Ligia.
Las tareas de campo, como la ganadería y la siembra de arroz y algodón, entre otras, fueron sus actividades principales. Hace muchos años tuvo una fábrica familiar de guaireñas.
En 1992, luego de conocer su obra que permanecía dormida en un viejo baúl, decidí publicarla en el libro que titulamos “Sueño de amor”, el cual tuvo dos reediciones que él rebautizó como “Huellas del ayer” y “Tierra mía”. En la presentación de ellos, Chema dijo: - “Este libro contiene algunos poemas ejemplares, escritos con sinceridad y sencillez, aspirando a que puedan llegar a consolar siquiera a un corazón entristecido. Si lo alcanzara a lograr, sería la satisfacción más grande de mi vida”.
Para la primera edición solicité a Consuelo Araujonoguera prologar el libro, y esto fue lo que escribió: - “Chema Maestre, dicho así con su hipocorístico en lugar de su nombre completo, es un amante de la belleza. De la belleza en su justa descripción semántica que la define como ese algo sutil, esa propiedad intrínseca que tienen los seres y las cosas que nos hace amarlos infundiendo en nosotros un goce especial, un deleite espiritual incomparable que, por ello mismo, no se parece a ningún otro sentimiento.
Esta condición que redime y rescata al hombre del materialismo y lo libera de la esclavitud que poco a poco ha ido imponiendo la sociedad de consumo, se ha puesto de presente siempre, a lo largo y ancho de la vida de Chema, de diferentes modos y formas: su acendrado romanticismo, su nobilísima concepción de la amistad, su natural jovialidad, su don de gentes, sus buenas maneras, su caballeresco sentido del honor han ido, a través de los años, delineando el prototipo que él encarna sobradamente y que corresponde más a aquellos viejos y nobles patriarcas del caserío llamado Patillal, que a los presurosos y apresurados ciudadanos del mundo actual.
Todo en Chema rezuma nobleza, romanticismo y poesía. Pero de esta última cualidad sólo supimos a medias cuando se develó el secreto a través del recado musical que su amigo José Hernández le enviara a Fello Fuentes en aquella octavilla feliz del canto que le compuso a la novia lejana:
Si ves a Chema Maestre
me
le dices que le mande
a su amigo José Hernández
un recorte de poesía
que son pa’la novia mía
y no se te olvide Fello
porque a esos versos tan bellos
yo les pongo melodía…
Hoy no ha hecho falta que el compositor Hernández vierta en melodía los sentimientos de Chema porque éste, estimulado por el persistente afecto de nuestra común amiga y mecenas Lolita Acosta Maestre, se decidió a recoger un buen número de sus versos para presentárnoslo en este Poemario Elemental en el que nos desnuda sus sentimientos y pone ante los ojos asombrados de “ intelectuales” y académicos esta muestra de sus versos que, más que para ser sometidos a la aceptación o no del público, fueron escritos para abrirle paso y darle curso a la cauda de los sentimientos desbordados en lo profundo de su alma noble y sencilla.
Son más de cuarenta poemas escritos con los mismos elementos que forman la vida del autor y mantienen encendida su inspiración: la mujer y sus amores; el pueblo tranquilo del que no se desea partir para venirse a vivir a la ciudad ya demasiado grande; la amistad, con su irrenunciable carga de lealtades y de afectos; el campesino a cuyo lado vivió buena parte y de quien se aprendió la filosofía de las cosas hechas con amor; el baño en el río de arena sobre el cual había que oficiar el rito de las casimbas para poderle extraer un agua cicatera; las costumbres pueblerinas que enmarcaron y definieron el entorno cultural como aquella de moler el maíz bajo el esplendor del lucero mañanero; los personajes del pueblo que por su bondad y su superación marcaron buenamente la vida del autor y, en fin, todas esas vivencias, gratas en veces y en veces tristes, que en los seres sensitivos como Chema Maestre van definiendo sutil pero firmemente su vocación poética.
Yo, lo digo sin vacilaciones, he sido gratamente sorprendida.
Conocer estos versos y encontrar en ellos auténticas expresiones poéticas de buena factura como esa cuartera que dice:
Óyeme corazón, lo que te pido:
No dejes que las penas te detengan
Recuerda que aunque estés envejecido
tienes a quien querer ¡y hay quien te quiera!...
O esta otra metáfora llena de belleza: “La vi en el amanecer de un sueño / acariciando de su jardín las flores…” es descubrir de pronto que ahí, a la vuelta de la esquina, muy cerca de donde uno vive está escondida la sensibilidad de un alma que se expresa en forma elemental pero hermosa. Todo ello demuestra y reafirma, una vez más, que para expresar los sentimientos y la belleza -o la belleza de los sentimientos, si se me permite- no son indispensables ni la Universidad ni la Academia porque con el corazón basta.
Y Chema Maestre tiene uno que late al compás de su inspiración y vierte en versos sus latidos.
¡Enhorabuena!...”
Sobre este mismo libro de Chema Maestre, Diomedes Daza Daza dijo: - “En medio del excesivo folclorismo que padece la región, este libro lo redime del silencio estéril y será el rastro representativo de su existencia”. Y Carlos Alberto Atehortúa comentó: - “Leer estos versos es volver a la primavera, si, a la estación donde florecen nuestras pasiones elementales. Gracias Chema. Hemos vuelto a vivir. Mejor aun, las cenizas de un volcán son flores nacidas en tu poemario maduro, con olor a pomarrosa”.